Un visitante de otro sistema estelar

Análisis de la trayectoria y la velocidad del cometa 2I/Borisov, descubierto hace algunos meses por un astrónomo aficionado ruso, concluyen que se trataría de un objeto procedente de más allá de los confines de nuestro Sistema Solar. Es el segundo objeto de este tipo conocido, luego del hallazgo de Oumuamua en 2017. 

El pasado 30 de agosto, el astrónomo aficionado ruso Gennady Borisov descubrió desde Crimea un objeto con apariencia de cometa entre las estrellas de la constelación de Cáncer. Con los datos recogidos tras una semana de observaciones de astrónomos profesionales y aficionados de todo el mundo, el Centro de Planetas Menores de la Unión Astronómica Internacional (IAU, por sus siglas en inglés) y el Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra del Jet Propulsion Laboratory (JPL) calcularon que el objeto se mueve a unos 33 kilómetros por segundo, en una órbita hiperbólica de gran excentricidad (+ 3.6). Se concluyó que el objeto provenía del espacio interestelar, es decir, ajeno al Sistema Solar

Provisionalmente fue llamado C/2019 Q4 (Borisov), pero el 24 de septiembre la IAU lo nombró de manera oficial como Cometa 2I/Borisov: “Borisov” porque es el apellido de su descubridor (por tradición, los cometas son “bautizados” con el nombre de quien lo descubre); la “I” por ser interestelar y el “2” por tratarse del segundo objeto hallado de este tipo. El primero fue el famoso y controvertido 1I /Oumuamua, registrado en octubre de 2017 mientras abandonaba nuestro vecindario planetario. Dado el extraño comportamiento y las características inusuales de Oumuamua, su categorización—asteroide o cometa—aún se debate entre los expertos.

También se obtuvieron imágenes y espectros de 2I/Borisov con el Gran Telescopio Canarias, de 10,4 metros de diámetro, instalado en La Palma, y con el telescopio Gemini Norte, de 8,2 metros de Maunakea, en Hawái. Se estimó que el núcleo tiene entre 1,4 y 6,6 kilómetros de diámetro y se encontró que el gas, el polvo y las propiedades nucleares son “similares a los cometas normales del Sistema Solar”, según escribieron los astrónomos a cargo de la investigación en un artículo publicado en Astrophysical Journal Letters. Al parecer, un cometa que responde en líneas generales al “estándar cometario” sin ninguna particularidad. 

En septiembre, un estudio realizado por astrónomos de la Universidad Adam Mickiewicz de Polonia sugirió que 2I/Borisov posiblemente llegó desde Kruger 60, un sistema estelar binario ubicado a unos 13 años luz del Sol. Sin embargo, tras revisar los cálculos, el 26 de noviembre los mismos investigadores polacos publicaron una corrección de su trabajo donde descartaron dicha posibilidad. 

Según los cálculos más recientes, el cometa alcanzará el perihelio—el punto más cercano de su órbita al Sol—el próximo 8 de diciembre, ubicándose a unos 300 millones de kilómetros de nuestra estrella. Luego continuará su ruta para dejar, posiblemente, el Sistema Solar para siempre. 

Se estima que Borisov alcanzará una magnitud aparente máxima de 14,3. Esto significa que el visitante interestelar se mantendrá imperceptible para el observador casual. Para poder apreciar esa magnitud visual se requiere de telescopios de al menos 30 centímetros de abertura y de cielos muy oscuros y diáfanos. Para quienes dispongan de instrumentos astronómicos sofisticados o intenten fotografiarlo, el cometa se localizará al momento de su máximo acercamiento al Sol en la constelación de Crater (la Copa), visible sobre el horizonte sureste a partir de la 1.30 a.m.

De todas formas, se verá como una exigua mancha borrosa a menos que tenga un outburst, un eventual estallido y el consecuente incremento de su brillo. Si bien estos eventos son poco frecuentes, viene bien recordar que así sucedió en octubre de 2007 con el cometa 17P/Holmes, que en pocas horas pasó de magnitud 16 hasta magnitud 2,8 y pudo observarse a simple vista. 

El pasaje de un cometa es un evento extraordinario para los científicos, porque un cometa básicamente es como una bola de nieve que, durante gran parte de su vida, se encuentra a millones de kilómetros del Sol. Por lo tanto, su núcleo se mantiene frío y permanece intacto “al igual que cuando se colocan alimentos en el congelador para evitar que se estropeen”, como lo solía explicar el astrónomo William Gutsch. Los planetas evolucionan, pero la bola de nieve es la misma que al momento de su nacimiento, lo que permite estudiar datos sobre el origen, formación y evolución del Sistema Solar, en especial del planeta que habitamos.

Lo mismo vale para el foráneo 2I/Borisov, pero con una gran diferencia: sus componentes no se formaron aquí, por lo que su paso podría proporcionar información sobre el nacimiento de otros sistemas planetarios, una oportunidad sin precedentes para la ciencia. 

 

Crédito de la foto: NASA, ESA, y D. Jewitt (UCLA).